lunes, 22 de diciembre de 2008

Un cuento navideño

Margarita me tiene preocupada... No tengo hijas, pero sí una calathea, planta que adorna el interior de nuestra casa en un rincón preferente y que me tiene en vilo... La cuido, le hablo y la riego como merece su apariencia de ostentosa diva... Hasta he comprobado que también le gusta mi música... Ella expresa su vitalidad, supuestamente vegetal, con movimientos que al principio nos sorprendían a mi marido y a mí. Con la luz de día, sus catorce hojas, ovaladas páginas verdes de la talla DIN A4, se relajan y desentumecen con gesto sensual. Pero al atardecer empieza a alborotarse, y los folios, brillando de clorofila, se estiran hacia lo alto como si de una coqueta bailarina de flamenco se tratase. Llega la noche y ahí está, pletórica y desafiante con todas las hojas levantadas y exhibiendo el color morado de su envés, como falda al vuelo que no lleva, para lucir las piernas sexy que no tiene. También he notado que toda ella tiembla dulcemente ante una presencia masculina en la salita...
-¿Sabías que Galatea era la novia mitológica del cíclope Polifemo y que le puso los cuernos con un pastor siciliano?... Claro, que el pobre murió de una pedrada que le dio el encabronado gigante...
-No. Me suena más otra Galatea que Pigmalión esculpió en marfil y como le salió tan bella como Afrodita, se enamoró de la estatua y le pidió a la diosa Venus que le diera vida. Así se lo concedió y hasta tuvieron algunos hijos...
-De modo que a nuestra Margarita le va la marcha por razón de sus ancestros...
-Pues no pierdas de vista a la kentia que tenemos en el otro cuarto... ¡Menudo par de pendones!...
El otro día instalé el arbolito de Navidad. Un pequeño conífero que coloqué en el rincón que ocupaba la calathea, bien cargadito con adornos de colores, bolitas varias, muñecos y luces intermitentes de fibra óptica. A Margarita tuve que cambiarla de sitio, a unos dos metros del árbol.
La verdad es que el recién llegado parecía un pavo real en celo con toda su provocadora parafernalia desplegada al aire. Intuí que la hojas de Margarita comenzaron a acariciarse suavemente unas con otras como relamiéndose ante un inmediato festín. Me pareció que el arbolito temblaba asustado...
Durante un par de días, con motivo de un viaje, tuvimos que dejar la casa sola, cerradas puertas y ventanas y con todos los seguros puestos.
A nuestro regreso, la escena en la salita nos dejó abiertos de boca y con los ojos redondos del todo. El abeto estaba tendido en el suelo, medio destrozado, con todos los adornos sueltos y desparramados, muchas de sus hojitas se habían desprendido, incluso alguna rama estaba tronchada. Si hubiera tenido una cara, seguramente estaría con los ojos en blanco y la lengua fuera. Era la viva imagen de un "después" bien trabajado...
Y la otra... allí estaba. Margarita ocupando de nuevo el rincón que se le había usurpado. En pleno día y con todas las hojas iniestas en gesto de aplauso. El morado del anverso dominaba sobre el verde de la clorofila y aunque, como planta de interior, lo suyo es la penumbra, en ese momento radiante, la luz del ventanal iluminaba los girasoles que parecían ser sus hojas, bailando con suavidad y dando cara con expresión de alegría infinita.
Y la kentia... también se había movido... asomada en el umbral... cotilla pervertida...
La inútil regañina no pareció ser oída...
Saliste un poco golfa... Margarita... mi niña... Pero te quiero... Eres tan guapa...
No volveremos a dejarlos solos... ¡Feliz Navidad!...

jueves, 18 de diciembre de 2008

Árboles Cósmicos


Árboles Cósmicos
Antonia Molinero
Árboles Cósmicos que se abren desde el centro para proyectar el punto de vista dentro de un parasol multicolor, es un jardín, un lugar para la liberación. Un microcosmos para conquistar la inmortalidad, como ese Árbol del Mundo que se alza en medio del Universo como símbolo de la eterna comunicación entre el Cielo y la Tierra.
Me fijo en su virtuosa incrustación del color en la tela constituyendo un contorno atópico, centrípeto y centrífugo, disparatado, como explotado en su apertura continua hacia una exposición máxima. Juan Pedro Ayala no escatima ni una gota de pintura para que la mirada se te quede plena. Todo queda expuesto como las plantas que se abren al sol, como la hoja que se entrega a la luz. Un jardín atemporal para la contemplación y una aproximación precisa hacia lo sublime y lo bello.
En El jardín para Marián Juan Pedro Ayala comparte su pintura para regenerarse la sangre y para que no marchite nunca la flor que le brotó en la adolescencia. Un símbolo del amor donde nunca se mueren ni las flores, ni las manos, ni las ganas de explotar, ni de explorar para crear y recrear. Una construcción artística exuberante que se recrea en un regalo mítico para su amada que se posa como una mariposa exultante, ligera, plástica con sus manos escultura, con sus ojos serenos, su piel arcilla, su cara como flor, como hoja, como tallo y como luz para no olvidar que el Cielo está sólo un poco más arriba de esa copas sangrando colores como fuegos artificiales.
Árboles para llegar, como la escalera de Jacob, hasta las cimas, hasta lo más alto para ver si se ve algo, si se entiende desde arriba lo que a ras del suelo resulta imposible de asimilar. Juan Pedro Áyala se sube y dibuja, se baja y dibuja y busca un punto de vista y a veces, mira desde el epicentro y a veces, desde el hipocentro. Todo es según como se mire y el artista mira desde cualquier lugar porque en cualquier lugar está Ella.
Especulando con las copas abiertas que pinta Juan Pedro Ayala, pensando si se alejan o se acercan porque flotan en un jardín sin espacio dónde no hay tierra pero el árbol está repleto de colores. Veo que el amor queda.
Los colores se concretan sin limitarse. Un vergel en el aire para los árboles que hemos plantado y no agarran en suelo firme pero que están, porque las ilusiones embrionaron un día y el jardín está dispuesto para un paseo hacia algún lugar que soñamos.
Un jardín con árboles que se crean en círculos concéntricos como mandalas trazados a tramos de riego, de sacudida a veces, y otras, de rítmicas pinceladas movidas por una brisa dispersa que descoloca, pero que, a su vez, le ayuda a concentrarse para encontrar su propio Centro, su condición natural y artística. Ayala se expresa con rotundidad frente a la naturaleza auténtica de las cosas, a veces capturando la aflicción, al ser tan real y otras, trascendiendo la misma naturaleza y haciéndonos contemplar el Paraíso que se desea.
La anatomía de El jardín de Marián es la contemplación del todo, sí, hay detalles, pero hay una única imagen que se ramifica y significa en cada cuadro y hay una atmósfera de frescura, como una fruta dada la vuelta y muy expuesta, casi pornográfica por lo plenamente explícito de su majestuosa presencia: es el amor lo que se representa.
La contemplación del jardín nos prolonga el tiempo en el que quizás tengamos la posibilidad de recrearnos en las preguntas y tal vez, en las respuestas. La musa contempla generosa y mira desde el reflejo.
Hay una especie de construcción en la pincelada que hace suponer la rabia del trazo en la que se trenza la pérdida, en donde el dolor se obvia y se deja la cosa fresca, intacto el sentimiento, el amor flor, árbol y copa estrella, para que la niña de la Palmera sepa que el árbol se riega con trabajo y con genio.
Una obra trazada en su ejecución desde la minuciosidad automática porque Juan Pedro Ayala ya tiene asimilado el asunto, el sentido y se derrama en vivo, sin peros, confundiéndose con las ramas y dando el tono exacto al contexto. Un autor que jamás se deja convencer por limitados estados para el arte, que no se contamina de mediocridad, que no quiere, que no quiere, que le da igual y es ahí donde un artista se expresa y toca el alma, la fibra, o inflama la emoción. ¡Qué bonitos le quedan!
Árboles Cósmicos adornan el Jardín para Marián que se avivan en cada mirada, que se corrigen si se queman. Si se quedan mucho tiempo mirándolos, se meten en la retina para colorear la conciencia.
Ayala integra el gusto colectivo y paradójicamente libera la tensión al recrearse en su pintura porque asimilamos su concepto: son árboles que suenan con un ruido del cosmos, árboles para dar la vuelta al problema, Árboles Cósmicos como fruta expuesta y es esa exposición, la que aparece completando todo el lienzo para que no queden muchos huecos, ¡ya hay muchos! y muchas preguntas. En este jardín no se habla, no se reza, se respeta el silencio y la ausencia.
Los árboles del Jardín de Ayala se expresan integrales, finos, temperamentales, desnudos, dándose cierta importancia. Nunca son sencillos, ni pequeños. Son grandes para tocar el Cielo, para elevarse hasta el Universo y abstraerse de sí mismo, de su Centro y mirar más lejos, sin implicaciones geométricas, dándose a la contemplación de lo grande que se manifiesta en lo elevado, en lo sublime, en lo alto. Sin condicionamientos se aproxima desde lo grande a la idea cotidiana del Cielo, de lo que llena y completa. Un jardín hecho a golpes de paleta, de sueños desplegados en góticas mezclas.
El fenómeno es la vuelta hacia afuera de las copas llenas, como una bóveda celeste, un cielo lleno de estrellas, como un campo sembrado, como un grito abierto representa un espacio sagrado y confortable desde dónde contemplar la sutil belleza de su arte y proyectando así su amor hasta donde esté Ella.
Los cuadros originan un efecto regenerador que plaga, que carga, que prospera y revela que algo permanece, espera, gira y, no comprendo cómo, pero a veces parece que el cuadro vuela. El cuadro respira como si presionara la tela. Suministra vitalidad, energía y nos devuelve la capacidad de disfrutar con la majestuosidad de lo grande, de lo rico donde triunfa lo múltiple, lo que eclosiona y fluye. La acuidad del color de la Jacaranda púrpura se despliega con perfección en el tono y es ahí donde Ayala hace entender lo que es estético: Arte en asimilación perfecta con su gusto estético puro.
Con El jardín para Marián Juan Pedro Ayala se revela como un artista instructivo porque enseña a apreciar el color, la forma, el espacio y el tiempo y lo hace con un talento grosero por lo que llama la atención y por lo que gusta.
La tentación de tener un cuadro suyo se hace necesidad porque dejar que uno de sus Árboles complete la estancia supone que nadie se sentirá ajeno a la poética de su trazo. Los Flamboyanes, las Palmeras, las Jacarandas… se cuelan en la escena y toman posesión del espacio para que no exista la manera de cerrar los ojos.
Juan Pedro Ayala capta el tiempo en el que el árbol llega a tocar la luz y se queda suspendido en la memoria o en un tiempo sin tiempo, en una dimensión única del arte que representa lo que sólo la poesía puede decir. Un equilibrio invertido, una iniciación, un abrir la puerta al jardín y crear réplicas de Árboles que se exponen en un jardín sin espinos. Sólo fusiones divinas, iluminación, árboles con vestido exclusivo para el jardín de los sueños.
Juan Pedro Ayala nos obsequia con un jardín para Marián, un jardín asomándose a la eternidad en la que todos estamos dibujados. Árboles Cósmicos…

domingo, 14 de diciembre de 2008

El cuerpo vacío


Alguien que lleva toda la vida con el cuervo del suicidio sobre los hombros tiene que acabar irremediablemente muerto. Se lo debe a él mismo. Para ello necesita hacer sólido el tiempo y, tomando las riendas de su muerte, pararlo antes de lo que estaba establecido. Imagino que en esa decisión vital tan sólo se busca la calma salina de cuando uno flota en el mar y se queda el cuerpo vacío, como evaporándose. Imagino que todos los espejos del mundo se hacen opacos para unos ojos que no quieren seguir mirando. Imagino el desencanto de que inevitablemente el vello se vuelva de punta al revés clavándose en la piel. Imagino que antes del salto, las manos no tiemblan por el miedo al fin sino que tratan de huir de unos brazos que se saben ya perecederos. Buscar la libertad en la no vida es una opción como cualquier otra.

Nunca intentaría evitarlo o tratar de convencerle de que se trata de un error. No se trata de un error sino de una decisión, equivocada o no, no me corresponde a mí valorarlo. No puedo condenar a alguien a vivir, condenarle a que el iris se le vaya pudriendo poco a poco desde el exterior hasta el interior y que llegue un día que no se reconozca. Ni siquiera creo que pudiera con mis palabras cambiar el rumbo del pensamiento pues sería como ponerle adornos de navidad a un árbol cuyo tronco ha sido separado de la raíz.

Sin embargo no puedo evitar pensar en nosotros, en los que nos quedamos con la vida suspendida como levitando a un palmo del suelo. Con la cabeza llena de viento y paralizados porque al igual que no estamos preparados para pensar en el infinito, tampoco lo estamos para pensar que nunca más veremos a alguien. Y es que la muerte tiene un bulto que no se puede extirpar que es la pérdida, pérdida que unida a la rabia dará lugar a la decepción constante, o esa vergüenza bajita sobre lo amado.

Nadie debería tener tanto poder con sus decisiones sobre nuestras vidas. Tampoco nosotros deberíamos tener el poder de suplicar a alguien que viva por nosotros. Debemos hacer el acto supremo de generosidad y respetar por encima del dolor para sentarnos al borde del otro y entender. Sólo así estaremos en disposición de vivir en calma del recuerdo afrontando un futuro plagado de ausencias.

jueves, 11 de diciembre de 2008

EL GATO DE INGRID




Como todas las tardes, a eso de las cinco y media, Ingrid aparcó su coche en el borde de la carretera y se dispuso a dar de comer a sus gatos. Hoy traía croquetitas de atún. Había encontrado un sitio estupendo para dejárselas. Detrás de un murito de piedra, protegidos del sol por dos frondosas palmeras y un pino canario, colocaba los platitos con mimo, como venía haciendo desde hacía unos meses. Hubiera sido un sitio ideal, perfecto, si no fuese porque, al otro lado de la calle, vivía un hombre sumamente desagradable. No le gustaban los gatos y a Ingrid no le hubiera extrañado que un día aparecieran envenados. Ya había intentado deshacerse de ellos con distintas artimañas, quitándoles la comida que ella les dejaba o echándole tierra encima para que no se la pudieran comer.

- ¡Lo que quiere es que se me mueran de hambre!- había exclamado indignada, después de aquel penoso incidente.

- ¿Porqué no te los llevas a casa?-, le había sugerido su amiga Jutta, cuando le contó lo que había hecho ese malvado, pero Ingrid sabía que ellos preferían quedarse donde estaban. De todas formas, no quería volver a pasar lo de Débora. No lo había superado todavía.

- ¡Pobre Débora! No fue culpa suya-. La recordaba con cariño a pesar de todo. Sabía que había tenido una infancia traumática, de las que nunca se superan. Nunca había visto una gata como ella. Era tan bonita que parecía de anuncio, con ese pelo gris aterciopelado y aquellos ojos misteriosamente azules. Sin embargo, cuando la adoptó, le había destrozado la casa. ¡Qué pena de sofás! No le había quedado más remedio que renunciar a ella y, con todo el dolor de su corazón, había decidido dársela a una buena familia que la quiso con locura. Pero, la gata no había tardado en desaparecer para siempre, y desde aquel triste día, aprendida la lección, Ingrid cuidaba de sus gatos en la calle.

La mujer salió de su destartalado Volvo y abrió el maletero. El peso de sus setenta años había hecho mella en ella. Lo cargaba sobre los hombros, antes tan erguidos. En su rostro, desfigurado por las cicatrices del tiempo, se escondían unos ojos no menos azules que los de la desgraciada Débora. Su cabello, en otro tiempo de un espléndido color rubio ceniza, ahora era sólo gris. Ya no lo llevaba largo y suelto como cuando era joven y Martin se entretenía entrelazando sus dedos en él.

- A Martin tampoco le gustaban mis gatitos- recordó ella amargamente-. Pero Martin ya no le suponía ningún problema; hacía tanto tiempo que no formaba parte de su vida que le costaba recordar cómo era.

Cargada de bártulos, rodeó el viejo coche mientras los llamaba, uno a uno.

- ¡Fifí!… ¡Lulú!… ¡Simba!… ¡Bombón!…- Siguió hasta que los hubo nombrado a todos. Cada vez eran más, pero nunca se olvidaba de ninguno. Su cara se iluminaba a medida de que iban apareciendo. Estos pequeños momentos eran los que hacía que mereciera la pena vivir. Ingrid sonreía. Sabía que mucha gente se reía de sus gatitos a sus espaldas, pero no le importaba. Jutta era la única que la comprendía y que compartía su pasión. ¡Qué sabían los demás! Los gatos eran su auténtica familia. ¿Acaso no le habían dado más amor que sus propios hijos? Hacía días que no sabía nada de Alexander y de Armin. Los gatos jamás la abandonarían como habían hecho ellos.

Pero esta vez, duró poco la belleza que retornaba a su rostro cuando estaba con sus gatos. ¡Faltaba Pitufo!

- ¡Pitufo…Pitufo! ¡No te escondas! ¡Pitufo, no seas malo!… ¡Ven!… ¡Ven a comer, que ya es tarde!- lo llamó desconcertada. Le extrañaba que no estuviese con los demás. Siempre llegaba el primero. Lo buscó con la mirada, arriba y abajo, segura de que le había pasado algo.

Sin darse cuenta, mientras se preguntaba dónde podía estar, Ingrid apretaba los puños. Sus ojos, ahora minúsculos, parecían astillas de hielo. La casa de su enemigo se alzaba al otro lado de la calle, amenazante, y ella intuía que ese villano tenía algo que ver con la desaparición de Pitufo. Soltó la comida y se precipitó a la carretera rodeando el coche. Estaba fuera de sí.

- Tranquilízate, mujer, seguro que está bien-, se repetía una y otra vez, como un mantra, mientras apartaba las ramas de los arbustos que bordeaban la calle. Estaba muy nerviosa. Recordaba todas esas veces que creyó morir lentamente mientras esperaba a los niños, sentada detrás de la puerta, sin poder respirar, hasta que entraban en casa correteando y riendo. Sus hijos nunca supieron que la angustia interrumpía su vida cada vez que estaban lejos de ella. ¿De que había servido? Ahora le habían abandonado para siempre.

De pronto, a lo lejos, Ingrid vio un pequeño bulto sobre la carretera. Corrió hacia él, temiéndose lo peor.

-¡Pitufo! ¡No…, tú no, por favor!- Se arrodillo llorando ante el animalito que yacía, inerte, sobre el asfalto caliente. Estaba roto, parecía un muñeco de goma. Acunando el cuerpecito sin vida entre sus viejas manos, Ingrid no tardó en darse cuenta de que ya no podía hacer nada por él.

Lo apretó contra su pecho y levantando la cabeza hacia el cielo azul, aulló desconsolada.

-¡Tú no, Pitufo!... ¡Tú no!… - Pero las lágrimas que vertía sobre el gato al que se aferraba desesperadamente, no sirvieron para resucitarlo.

Al ponerse el sol, Ingrid se levantó. Abrió su chaquetón de color caqui, tan raído ya, y resguardó a Pitufo contra su pecho, como protegiéndole del frío que ya no sentiría más. Se arrastró lentamente hacia su coche desplomándose sobre el asiento del conductor, sin saber bien lo que hacía. Tenía la mirada perdida en ese horizonte que se había teñido de rojo.

–Es la sangre de Pitufo –se lamentó amargamente.

Mientras tanto, a lo lejos, un hombre paseaba un perro. Se detenía de vez en cuando, contemplando plácidamente la hermosa puesta de sol que le había regalado la madre naturaleza. Era el vecino de enfrente. Ingrid levantó la mirada y lo observó mientras se acercaba.

-¡Es él! –exclamó con estupor-. ¡Es el asesino de Pitufo! ¡Cómo se atreve!

Arrancó el coche. - A Martin tampoco le gustaban mis gatitos,- recordó ella amargamente, -y lo pagó caro-.

El viejo Volvo, con aspecto de tanque destartalado, se desplazó cuesta abajo, impulsado, no por esa cilindrada que alguna vez tuvo, sino por la fuerza del odio y de la gravedad. Ingrid sabía lo que tenía que hacer.

El hombre nunca entendió el odio que había en los ojos de Ingrid mientras abalanzaba su coche sobre él, llevándolos a los dos a la muerte.

martes, 9 de diciembre de 2008

martes, 2 de diciembre de 2008

FRONTERAS

Cada frontera, una cicatriz...
La Geografía dibuja en sus mapas extraños vericuetos que no existen en la realidad que pisamos.
Son las fronteras... Cicatrices de la Historia... Dibujos de colores que el ser humano ha ido diseñando con sangre de conquistas, invasiones, reconquistas y heridas de guerra.
Aparece como un absurdo desvío de conducta tribal que trasciende al individuo, a quen la sociedad le impone unas pautas de comportamiento que lo esclavizan y confinan en los límites excluyentes de su propia frontera personal.
¿Acaso el aparente privilegio de poseer una inteligencia superior, tan sólo sea una pandemia congénita que, encubierta de virtud suprema, nos ahoga en un proceso de autodestrucción colectiva por impedirnos transitar libremente a través de nuestros límites individuales?...

sábado, 29 de noviembre de 2008

Efecto Laguna

¿Por qué, Madre, así te tratamos?...
Dama de oronda y decadente belleza, vestigio de glorias pasadas. Salud tocada por el repaso del tiempo... del tiempo y de sus avatares... De todo cuanto conlleva sobrevivir a la intemperie de las edades que, inmisericordes, desgastan vida y fuerza por influjo de soles y lunas... luces y sombras de los días y las noches...
Ella, la gran señora, rutilante entre estrellas, figura ostentosa del circo universal, está sintiendo su declive. Los indicios de depresión se apoderan de su voluntad de reina absoluta que está dejando de serlo... Se encuentra enferma... débil, decepcionada, su norte declinado y presintiendo una injusta mortaja en la piel lacerada.
Pero... ¿qué le pasa en la piel?... La envejecen cicatrices, manchas cuarteadas, irritación y venas oscuras, en un lienzo macilento que ya no cobija lozanía y vitalidad... ¡Malditos ácaros!... Los hay de varios tonos: blancos, negros, amarillos y cobrizos. Son colonias de violentos parásitos. Ínfimos seres imperceptibles a simple vista, pero terribles por el número. Son más de seis mil millones mal repartidos, por colores y virulencia, que se han instalado dañina y vorazmente en su martirizada piel...
Le provocan la enfermedad cutánea de difícil curación, pues los invasores están fortificados entre los poros e infectan cruelmente la circulación sanguínea y el sistema inmonológico de su maltrecha majestad.
El furioso ataque de los parásitos no tiene explicación lógica. Es muy grave... Aunque el énfasis destructivo lo aplican con prioridad entre ellos mismos -se matan entre sí o dejan que los demás mueran, según los colores-, el veneno de su agresividad destruye también los tejidos de la epidermis viva que sólo usan como suelo mal pisoteado, cuando debieran protegerlo y cuidarlo para acomodar en él su propia supervivencia... procurando no dañar la salud de un privilegiado ambiente, tratándolo con amor para que les sirviera de discreto sustento, evitando abusos que, sin vuelta atrás, sólo pueden abocarlos al fracaso y a su desaparición.
La infección producida por esa invasión patógena, hace que la curación de la enferma dependa de la propia destrucción de los ácaros-vampiro. Sin duda ellos, desde su irracionalidad, así lo intentan. Pero, además, los medios de inmunidad natural del organismo afectado reaccionan en defensa propia para erradicar la dañina plaga. Sube la fiebre, aumenta el sudor, el temblor mitiga dolores, supuran las llagas abiertas y el picor induce al desespero de rascar con fuerza la piel irritada...
Ella recuperará su salud, la juventud y el milagro de su brillante naturaleza... porque nosotros sólo sabemos ser absurdos parásitos; y ella, Madre Tierra, nos empuja hacia nuestra propia destrucción para poder salvarse... Es su derecho...

viernes, 21 de noviembre de 2008

El llanto de la excavadora

El lenguaje es a menudo demasiado tangencial y personal para ser comprendido al vuelo por los otros. Algo se pierde, algo que se queda en la pura intención. Y el resultado es muchas veces el equívoco o la falta de comprensión, cuando no el rechazo.
Todos tenemos experiencias que nos hacen deformar el verdadero sentido de las palabras, palabras que nos transportan a momentos concretos, para evocarnos de una forma íntima y profunda, hechos que están vedados al resto de los mortales.

Algo así sucede con los olores de la infancia, por ejemplo. Sí, las palabras tienen olor.

Me pasa con los cementerios, que siempre han sido para mí objeto de curiosidad. Una curiosidad carente de morbo, pero igualmente poderosa que me hace meterme en el primer cementerio que vea en cualquier ciudad desconocida.

En Roma encontré un cementerio detrás de una pirámide de antes de Cristo. El cementerio acatólico le llaman. Allí estaban, para mi sorpresa, nada menos que las tumbas de los poetas Schiele y Keats, o la del presunto ejecutor de Rasputín, el príncipe Yusupov, y también la de un, para mí, desconocido, apellidado Goethe, y que resultó ser el hijo del autor de Werther.

Y de entre todas ellas me saltó a la vista un nombre conocido "Cinera Antoni Gramsci".

Alguien que hacía de guía para un grupo de militares destacó que el latín estaba errado, pues debería decir "Cineres".

Sobre quién era Gramsci no voy a hablar aquí, pero "Le ceneri di Gramsci" es un libro de poemas de Pasolini, escrito en los cincuenta, y además uno de mis favoritos. Recordé los versos de un poema central de ese libro, llamado "il pianto della scavatrice" que no necesitan traducción de tan sencillos y cercanos:

Solo l’amare, solo il conoscere
conta, non l’aver amato,
non l’aver conosciuto. Dà angoscia
Il vivere di un consumato
amore. L’anima non cresce più.


Afuera del cementerio había construcciones de los años cincuenta, que sin duda se estaban construyendo el día que Pasolini visitó aquel cementerio para visitar la tumba de Gramsci. Entonces comprendí el significado de aquel título, el llanto de la excavadora, en toda su intención.
Al ver que toda una lucha había quedado en puras cenizas, que todo lo iba devorando aquella excavadora que parecía llorar afuera del cementerio, mientras construía un mundo nuevo y alejado de ideales más puros, Pasolini debió llorar también, sintiendo que su alma no crecía, angustiado por la pérdida.

Aquella tarde me invadió una sensación extraña, que sigo evocando cada vez que escucho la palabra cementerio, una sensación como de haber entendido el lenguaje perdido de los muertos.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Cuando el agua flota

Delirante y maltrecho por la perversidad del desamor... Movimientos despaciosos para disimular la debilidad y no indicar que el diseño de mi destrucción estaba teniendo éxito. La sed infinita en mi lengua tumefacta que apenas cabía entre los dientes crujiendo de rabia.
Sumido en un sueño de fiebre, el instinto me condujo hasta un enorme y herrumbroso grifo bajo un cartel de "no potable". Giré su llave con el temor de que si no se abría, allí se quedaría inerme un agostado yo. Y la separación de mi alma y cuerpo dejaría de ser metáfora... Pero funcionó.. Comenzó a manar un sonoro chorro cuyo color quería no mirar, ni quise saber cómo olía ni a qué sabía. Sólo supe que en el cuenco de mis manos, no demasiado limpias -y sin interés por enjuagarlas-, se iba depositando un valioso argumento de vida.
La ansiedad del primer sorbo desparramó su frescura contaminada en el reseco hueco de mi cabeza, donde se alojaba un cúmulo de sentimientos residuales moteados con dibujos de resentimiento y marcas de amargura.
Placentera la sensación de beber deprisa y que, desde la garganta, se irradiase aquel flujo vivificador hacia los hombros, para descender por los brazos exhaustos hasta el trémulo recipiente formado con mis manos, cuyos dedos iban recuperando el tacto y alguna esperanza recién perdida...
En lugar de encaminarse por el habitual itinerario de vísceras, el agua decidió invadir los músculos como si el riego sanguíneo, agotado por espeso, hubiera tenido a bien ceder sus conductos para que su deteriorada función fuera asumida por otro elemento más sutil. Era gozoso sentir cada poro regado desde dentro en una piel cuarteada por el infortunio.
¿Y si el agua prohibida cumpliera su amenaza venenosa?... Era necesrio afrontar el riesgo con la certidumbre de que la aprensión puede propiciar la enfermedad, de que la voluntad de ignorarla la ahuyenta y de que la fuerza moral protege la salud...
Y así fue... Una vez salvada la vida en el límite del precipicio, hubiera sido absurdo perderla por un detalle menor.
El efecto sanador de aquel sospechoso manantial sirvió, además, para iluminar mi cociencia y limpiarme el espíritu con la liberación de los desperdicios que contaminaban mis sentimientos.
Rencor y desprecio trocáronse en indiferencia y olvido...
El agua fue tabla salvadora...

viernes, 14 de noviembre de 2008

Concurso de Novela Corta

¡Hola chicos!
Os dejo por aquí la dirección web de un concurso de Novela Corta, organizado por la Fundación Canaria Carlos Salvador y Beatriz.
¡Suerte para todos los participantes!

www.carlossalvadorybeatrizfundacion.com

viernes, 31 de octubre de 2008

Un mundo de sensaciones

Al llegar a este Blog, de repente, me inunda una sensación extraña. Como de llegar tarde a una fiesta ya acabada.

Ese algo inefable de las sensaciones propias es la razón más poderosa que me impulsa a escribir. Escribo para poder describirlas, sí, pero también para comprenderlas.

Sucede algunas veces, por ejemplo, cuando al despertar de la siesta parezco asomarme a un mundo que se ha deshabitado, y cuyo único vestigio me aguarda en el aroma de alguien que ya no está junto a mí. El trajín de una mosca en la cocina es todo cuanto vive, y el reloj en la pared, que me remite a un tiempo pretérito y angosto.

Un humilde botijo de barro me devuelve el misterio oculto de la vida, la vida que es agua en busca del océano, y acaso sea solo entonces cuando de verdad despierto y adquiero conciencia de mí mismo.

Esos minutos que preceden al estado que describo, son mi viaje a una nostalgia que aún conserva la ceniza de sueños remotísimos, un pasillo entre dos mundos, un preludio a algo que no sucederá.

Y en ese mar confuso y pleno de sensaciones, como a Leopardi, me es grato naufragar.

domingo, 18 de mayo de 2008

Así te lo cuento - FIN

Pero allí se quedaron aquellas palabras, incapaces de alzar el vuelo. A veces es lo que ocurre con las historias que no se escriben y que ni siquiera desaparecen porque nunca existieron. Queda el hueco de su ausencia, el espacio muerto de las páginas en blanco de un libro que sólo sirve para disecar pétalos de margarita. Y un día, una mañana de domingo previsible como los telediarios, encontré ese libro sobre el banco del parque y esa servilleta disecando dos pensamientos entrelazado. Y empecé a escribir esta historia alentada por el enigma que revelan las palabras, aunque estén escritas con tinta invisible.


FIN

jueves, 1 de mayo de 2008

Así te lo cuento - 02

A veces destinos y casualidades se tropiezan al girar la esquina y confunden sus respectivos equipajes. Así sucedió aquella mañana en la que la voz remota del tiempo llegó hasta sus oídos trayéndole noticias de un equipaje que había perdido en el cajón de las cosas olvidadas. Reconoció la caligrafía de aquella carta, porque de vez en cuando tenía esa necesidad de creer en historias inventadas. Y aunque no era la carta más hermosa, ni la más extensa ni tan siquiera la más interesante, anotó una nueva frase y la dejó volar como una gaviota, porque era importante que aquel papel llegara más allá del mar.

Celina R.S.

martes, 29 de abril de 2008

Así te lo cuento

Que nadie habría llegado ni tan siquiera a intuir si no hubiera sido por que el viento se levantó caprichoso y con ganas de bailar. Pensó que aquella hoja semitransparente podía contener más de un pensamiento, que como todos saben son otra forma de aire, y decidió tenderle una mano para comenzar un vals con la esperanza de que les condujera a algo más que un simple roce.

Levantó la humilde servilleta hasta convertirla en paloma mensajera, la tomó entre sus brazos y le permitió volar… y así llegó hasta las manos de la que nunca había recibido una carta, ni tan siquiera una nota

miércoles, 16 de abril de 2008

Así te lo cuento

Se nos ha ocurrido una idea para crear una especie de entrada conjunta entre todos los que participan en el blog (con independencia de otro tipo de entradas que no guarden relación con este juego). La idea es bien sencilla: escribir un relato conjunto. Para que esto tenga un mínimo de organización, las pautas a seguir son las siguientes:

1- El juego durará un mes (16 de abril – 16 de mayo)
2- Cada entrada debe estar nombrada de la siguiente manera: ASÍ TE LO CUENTO – 01…02…03… Es decir, siguiendo un orden en función del número de la entrada anterior. La entrada de hoy, por ser la primera será ASÍ TE LO CUENTO, así que el primero que se anime a escribir que añada el 01.
3- Las entradas no ocuparán más de 5 líneas de Word, en Times y de 12 puntos, a excepción de la entrada 00 (para ir metiéndonos en la historia) y la última (extensión libre). Sin coartar la creatividad de cada uno, deberá existir cierta coherencia entre cada entrada y la que le precede. Al día se pueden introducir tantas entradas como se desee, pero nunca una misma persona escribirá dos entradas seguidas el mismo día (para que los otros aporten algo a nuestra idea del argumento).
4- Las entradas finales de la historia SÓLO podrán colgarse el día 16 de mayo, y llevarán por título ASÍ TE LO CUENTO: FINAL.
5- A partir del día 17 de mayo podremos comentar los giros y desenlaces de nuestra historia, lo que nos ha gustado, lo que no tanto y proponer un título para el relato.

Y sin nada más que añadir, ahí lanzo el comienzo del relato:

"No fue la historia más trágica ni la existencia más atormentada. A pesar de sus esfuerzos por convertir la vida en un drama hubo momentos de felicidad, romances, aventuras y riesgos No fue tampoco una historia más entre tantas otras, olvidadas en rincones de casas deshabitadas o en fotos amarillentas. Su recuerdo no tiene el olor a rancio que desprenden los recuerdos comunes.

Tampoco fue todo lo especial que hubiera deseado ser. Consumido en su empeño de alcanzar la inmortalidad no logró sino volverse invisible. Sólo fue cuando se olvidó de ser y se entregó al delirio de otros sueños, en aquellos mundos inventados donde el latido de los relojes es una cadencia arrítmica.
Tres líneas manuscritas en una servilleta de papel son su única obra. Veinticinco palabras que hoy conforman su epitafio".
Celina R.S.

martes, 15 de abril de 2008

Aborrecer



Regreso a casa antes de que acabe el colegio. Me escapo del recreo y sin hacer ruido llego a mi habitación para poner el diente debajo de la almohada. Es el primero de todos y no me ha dolido. Miro el reloj y espero que se mueva un rato. Levanto la almohada y nada, no hay dinero allí. El ratoncito Pérez es un poco vago. Me siento a esperar un poco más porque no puedo irme sin el dinero para comprar el boliche plateado con el que ganaré a todos los de la clase. Oigo gritos, son más altos que los de ayer. Me agarro a Tito el Pájaro Azul y Mutante y Nadador y con Dos Cabezas. Miro la etiqueta con ganas pero es tan vieja que ya no se puede leer nada.

-Conmigo, no- oigo decir a mi madre- y un ruido de perchas choca.
-Es tu hijo, lloraste el día que nació-oigo a mi padre gritar.
-Lloré porque parir era lo más doloroso que me había pasado hasta que me has dicho que ya no nos quieres. Te apesta el aliento.-dice mi madre sin dejar de hacer ruido con las perchas.
-Me voy por tu bien y el de niño. Si me quedo aquí sería un mentiroso-dice mi padre y golpea la pared donde estoy apoyado.
-Si te vas te lo llevas. Yo no lo quiero aquí . No soportaría que las noches que tuviera miedo se metiera en mi cama. Tiene tus ojos, tu espalda, tus manos y huele como tú. Lo acabaría por aborrecer.-Grita mi madre y las perchas caen al suelo.

Tengo ganas de llorar. Me acerco al diccionario que me ha regalado la abuela. Lo abro: Haber. Hablar. Hablilla. Hablistán. Habón. Habús. Ni rastro de Haborrecer.

Pruebo sin h. Aborrecedero. Aborrecedor. Aborrecer:

1. Tener aversión a una persona o cosa. 2. Dejar o abandonar algunos animales y especialmente las aves, el nido, los huevos o las crías. 3. Aburrir, fastidiar, molestar.

Ahora tiemblo. Pero no hace frío. Estoy llorando. Tito el Pájaro Azul y Mutante y Nadador y con Dos Cabezas se moja. Podríamos nadar los dos muy lejos. Espero a que el reloj se mueva un poco más para poder salir cuando no haya nadie. Ya deben haber pasado por lo menos ciento ochenta horas igual que cuando tengo que sentarme a la mesa a comer algo que no quiero. Antes de salir levanto la almohada, y sólo está mi diente. El ratoncito Pérez se debe haber asustado con los gritos y no ha ido a cambiarme el dinero. No puedo esperar. Agarro la almohada con una mano y meto el diente dentro.

Salgo de la habitación y llevo la almohada con diente, a Tito el Pájaro Azul y Mutante y Nadador y con Dos Cabezas y (ahora) Mojado y con mi paquete de galletas para toda la semana. No llego muy lejos. A mitad del pasillo me hago pis encima. Mami, Mami.

viernes, 11 de abril de 2008

Tía Lola

María Dolores Ferrer
[Jueves, 21 de febrero de 2008]

Eran siete las hermanas, amigas de sus hogares, de manos habilidosas, de familias numerosas y de suspiros de hijos fallecidos.
Siempre fieles a sus maridos, las hermanas Ferrer eran apreciadas en su pueblo natal de San Bartolomé.
Sus oscuras vestimentas, esos lutos prolongados, los cabellos teñidos por el paso del tiempo y sus rostros de cuerpos erguidos, reflejaban decisión y entereza, dejándose entrever en ellos un atisbo lastimero.
Eran sus casas de varias puertas, de patios soleados y lluviosos, de cocinas ahumadas y de pucheros hirviendo. Eran sus casas los animales y también las eras, de donde brotaba la simiente, alimento de todo el año.
En sus encuentros familiares entremezclaban las bromas, repertorios memorísticos y canciones melódicas rítmicamente acompasadas.
Con mantillas y velos negros camino de la iglesia, sosteniendo entre sus manos misal y rosario, reclinábanse ante el altar, suplicando con dolor de contrición las culpas de sus pecados.
Sus sobrinas siempre las recordamos. Cada una de ellas, como estrellas del cielo, alumbraba con luz propia. Pero la benjamina, la tía Lola, tenía para mí un brillo especial, por su sensibilidad, firmeza de ideas y gusto artístico.
Era el corazón de su hogar, al tiempo que gestionaba el trabajo de la Centralita de teléfono. A veces simultaneaba el hecho de amamantar a su hijo, sosteniendo el auricular y manipulando las clavijas y manivela para establecer las comunicaciones oportunas.
Ella era movimiento y a la vez prisionera de su trabajo, siempre enviando recados, dejando avisos, esperando llamadas.
Su agenda no le permitía entrar en tertulias vanas, ni salidas ociosas. La mejor distracción, cuando se lo podía permitir, era los juegos de cartas, para la canasta tenía una febril pasión.
Su mirada reflejaba nitidez y sinceridad en sus palabras, transmitiendo confianza.
Era de vestimenta sencilla y en su boca sólo relucía una suave sonrisa, quizás por no poder dar respuesta a todas sus inquietudes.
La casa era como un apéndice de la iglesia, donde los cantos de misa se preparaban alrededor del piano, los manteles y roquetes inmaculados esperaban la ceremonia, y en las vísperas solemnes los candelabros de bronce lucían su brillo natural.
Su arte escénico le llevó a fomentar la afición al teatro, donde las obras de autores como Miguel Mihura o Alejandro Casona las dirigía escrupulosamente, imprimiéndole a los diálogos su sentido y vehemencia, y elegancia a sus movimientos.
También fueron muy aplaudidos los coros de jóvenes, de canciones populares o de alegres fragmentos de zarzuelas.
Un rincón de su casa era el sobrado, auténtico mirador, cuya ventana te acercaba a la plaza en días festivos.
¡Tia Lola, prepáranos una poesía!, le decíamos la víspera de algún día señalado. Presto, preparaba el tema, y con gran ingenio hilvanaba unas cuartetas, dejándonos a todos sobradamente complacidos.
Su labor fue reconocida, y en la calle DOLORES FERRER su nombre permanece enmarcado en una placa.

http://www.diariodelanzarote.com/opinion/2008/02/21022008-maria_dolores_ferrer.htm

domingo, 6 de abril de 2008

DESCUBRIÉNDOTE

A esas horas en las que el tiempo es huérfano de sí mismo, cuando la madrugada ríe libre por no ser esclava del ayer ni del mañana, doblo la almohada bajo mi cabeza para pintarte durmiendo a mi lado.

Tranquilamente. Contemplar tu rostro. Sin prisas. Regocijarme en cada detalle del espejo de tus adentros, sin que tus ojos inseguros me lo impidan. Intentar desentrañar los misterios de ese cristal turbio, miopizado para mí, pues todavía no tengo el gusto de conocerte como es debido.

ARIEL DEL TORO

EL GRITO DEL GOTELÉ

Cuando cesaba el ruido de pelusas ventiladas por mi viejo ordenador, los techos se sostenían solamente por gotelés. No había tabiques, no había paredes que derrumbar para ampliar la habitación. Aquel día, enfilado hacia la cama, unas voces conocidas llamaron mi atención cuando el somier dejó de chirriar. No era costumbre escuchar aquel revuelo, nunca había tenido quejas de mis vecinos.

- ¡Madre, por el amor de Dios! Esto no debe ser bueno. Es tu dormitorio –gritaba una adolescente, desencajada bruscamente por la falsedad de la utopía inmortal.

- Hija mía… bastante afligida estoy como para soportar más sermones que el de nuestro querido párroco.

- ¡Pero madre, hay otros medios! Me volveré loca si tengo que pasar tres días enteros con mi padre en casa –la niña andaba de un lado a otro y sus pisadas imponían el mismo terror que su voz gimoteante entre lágrimas.

- Antiguamente era normal hija mía. Nadie se extrañaba. Es más, estoy segura de que tu padre lo hubiera querido así –susurraba la anciana prematura con una tranquilidad inusitada, como si lo esperara hace mucho tiempo.

En efecto, el viejo Serbando iba de mal en peor los últimos meses, corriendo sin obstáculos hacia el último pestañeo. Pero no tubo tiempo para ese último detalle.

- ¡Madre, no puedo soportarlo, me está mirando! –a penas podía diferenciar las palabras de los silencios, engullidos ahora por contracciones involuntarias del diafragma, creando sonoras y angustiosas inspiraciones. Ese lloriqueo de niña pequeña que a uno le pone enfermo porque no sabe como atajarlo.

- ¡Sigue siendo tu padre, no hables así delante de él! –replicó la viuda, cambiando la dulzura por la firmeza, intentando acallar por lo sano la insensatez natural de su hija- Tu padre nació en esta casa, aquí crió a sus cinco hijos y aquí será velado como Dios manda. ¡Y no se hable más!

Se aceleraron los pasos. Un portazo. Un jarrón roto. Ruidos de cristales estallando contra el suelo. Mis párpados atónitos incapaces de humedecer mis ojos. Reflejos de una vida destrozada súbitamente.

- ¡Noelia, no faltes el respeto a tu padre de esa manera! Él te observa y sé que llora porque añora un beso tuyo…

La niña se había ido de casa, deduje por el estruendo de la puerta blindada que hizo tambalear mis paredes de pintura, derrumbándolas, dejándome frente a frente con mi primer muerto. Pasé el resto de la noche sentado en mi cama, observándome en el espejo del armario, no queriendo mirar a Serbando, poniendo en duda la irracional figura de los espíritus.

ARIEL DEL TORO

lunes, 31 de marzo de 2008

Muerte Digna

Tú imaginate,
de repente te conviertes, se te convierte
tu cuerpo, tu ser, tus sentidos en
una lente grande, un ojo inmenso, ojo-cámara gigantesco

flotando unos metros por encima del suelo en el aire, sube y baja en ritmo del aire madrugador, intenta perder los sentimientos en el camino

de repente: en un desierto de autopistas, entre cemento, grises, grúas, viva el progreso!, la urbanización!, alli dentro:
una isla, un hueco!
que no consuela, que no da casa a sus muertos, ¡no!, forma parte de la muerte:
bloques de viviendas en miniatura, grises, uno por encima y al lado de otro,
¡cajones prácticos!
sin paz eterna – entonces, no la hay en este mundo -
sin sitio para ritos, consuelos,
sin lugar de luto tranquilizador, suave y pesado, bálsamo del alma.
Eficaces somos: para que la Paz?

SMMMMM, “¡más alto!” sube el elevador, RAAAACH! la lápida, abierta, se tira del cajón, parece un ataúd, no! falta de dignidad. Me ahogo, ¡no, quieta!, eres cámara, observa, quieta, no sientas - madera corrompida, sombría, puesta a remojo en la fugacidad eterna. Se desmenuza entre manos de guantes, color goma-amarillo, olor de limpieza inmiscuyéndose en la mortalidad, ROOMM ...tú, cámara, baja la mirada!, no puedes con ello, bájala!: se arrebata la tapadera. telas verdosas, fondos oscuros cómo puede quedar lo amado tan – el viejo al lado tiene cara de niño sorprendido.

El Alma se ha desprendido (eso espero desde luego), despedido de
lo terrenal que ha quedado sin alas, sin ligereza. restado, solo, expuesto
a la frialdad, la descomposición – las manos, amedrentadas, perplejas
ante lo sucedido, cruzadas con cuidado cristiano en su momento, ahora aferradas alámbricamente una a otra, juntas y solas, aferradas a La Vida, después a La Muerte, y ahora – se agarrarán a las Llamas?

miércoles, 12 de marzo de 2008

Una historia como tantas

He creado una historia que empieza por el final y termina justo cuando comienza. Para leerla hace falta un fósforo apagado y la colaboración de un sordo que escuchando las instrucciones de un mudo sea capaz de marcar el compás con una escuadra y un cartabón. Es una historia divertida, como los funerales de las cucarachas, y la transporta a hombros un escuadrón de hormigas escoltadas por su séquito de risueñas plañideras.
Está escrita sobre una galleta de sésamo en la cueva del chocolate y me la comí por el centro dejando intactos los bordes. La escribí con números esdrújulos y letras decimales, en una escala de cero a nada, por lo que es imprescindible utilizar calculadora. Diría que pesa alrededor de negro metros, pero su engañosa longitud de azul toneladas dificulta la realización de medidas inexactas.

La escribí mañana por la tarde en apenas un millón de litros, en uno de esos siglos libres que tengo algunos mediodías y que suelo malgastar pegando sellos en el techo para enviarme a ninguna parte. Es una historia bonita, aunque tengo la impresión de que se parece demasiado a los libros de instrucciones de neveras, en los que nunca queda claro cómo se ha de programar el video para que se derritan las barritas de madera congelada.
Una historia común al fin y al cabo, en la que no se transgreden laz reglaz orto-jráficaz y se respeta la coherencia de cada mochuelo a su olivo. Pero no pierdo el día de que alguna esperanza logre escribir algo diferente. Sólo es cuestión de dejar de intentarlo.

Celina R.S.

viernes, 8 de febrero de 2008

MI ABUELA

Mi abuela nació allá por 1880 y no sabía escribir, mi madre nació en 1918 y por las fechas del relato seguramente escribiría con dificultad. Los hermanos de mi abuela habían emigrado a Cuba muchos años atrás huyendo de la necesidad y apenas se tenía noticias de ellos.
Una noche en la cocina a la luz de las velas, ambas oyeron unos golpes en la puerta. Mi madre se asomó, pero allí no había nadie. Por dos veces más se oyeron los golpes, mi madre muy asustada, y mi abuela sentenció: ésa es el alma de mi hermano Manuel, algo malo le ha ocurrido y me llama desde Cuba. Hija, vamos a escribir unas letras ahora mismo.
A la hora de acostarse y a los pies de la cama que compartían vieron a “Potoco” el perro, que se rascaba las pulgas y con la pata golpeaba la madera de la cama. Pero la carta ya estaba escrita.
Nieves

miércoles, 30 de enero de 2008

Paseo a casa

Por no mirar el suelo, pisaba la luz que se derramaba como una alfombra anaranjada por la nieve amontonada delante del ventanal. El viejo retrocedió respetuosamente.
Allí dentro seguían los otros, el contrabajista parecía pedir otro vino, el violín tenía en su regazo una morena envejecida. Los últimos auditores se habían unido a los músicos en al mesa arrinconada entre chimenea y ventanal.Risas atenuadas, leves choques de copas caían a fuera a sus viejos pies. Empujó su sombrero por encima de sus orejas, hasta donde llegaba su sonrisa al repasar la noche festiva y se alejó del escenario.
Mientras metía y sacaba sus pies de la nieve profunda para encaminarse a su casa, trozos de su sonrisa empezaban a despegar a un vuelo nocturno helado. ¿Se acercarían a las estrellas? se preguntó el viejo y notó como sus pensamientos se acompasaban a la lentitud de sus pasos hasta llegar al ritmo de cámara lenta. La noche ya cristalina en sí, parecía volverse más nítida aún. Al respirar hondo el aire invernal, se le escapó el suspiro tartamudo de niño que ha llorado largo rato e intenta calmarse difícilmente. Con la media sonrisa que le quedaba y con calma más calma que la noche, sintió su cuerpo más pesado, toda la energía corporal iba a los pensamientos, que a su vez se vagueaban por pasados y futuros campos de nieve.
Como remedio y hundimiento a la vez contra el dolor aterciopelado del alma, empezó a cantar. Burbujas de añoranza en azul-oscuro vibrante emanaron primero de su boca, luego empezaron a bailar florituras, amapolas rojas, brotan nanas, luces matutinas, viento cálido entre cereales. Cantaba con paz interior las calles sin asfaltar, las flores en los patios delante de granjas de madera. Melodiaba sobre las mujeres con sonrisa desdentada, llamando a mesa con ollas llenas de Čorba, sopa caliente apoyadas en sus anchas caderas. De niños con caras mocosas y felices, de cabras volviendo por la noche componiendo sonatas de cencerros, de gallinas cacareando ante milagros huevos. Tejía su amor a la panadera, la belleza de los prados y delantales sucios, el canto sobre las peleas y las fiestas de vecinos, hasta romperse su voz en una sombra. Así, con voz pequeña, añadía música negra sobre el estallo de brutalidad, la nieve tardía de marzo bebiendo sangre, el aire aullando noche y día y – da capo: su decisión. Amar a la vida. Fuera del infierno. Llegado delante de su portal torcido de siglos de Selva Negra vio un muñeco de nieve, con la bufanda roja del niño vecinal. El viejo se quitó el sombrero, lo regaló al muñeco de boca carbonizada y con espíritu ligero se despidió de la noche larga para entrar en su pequeño refugio de madera.

jueves, 24 de enero de 2008

Melancolía:

Estado de la personalidad permanente y tenue que nos hace percibir fantasmas detrás de cada puerta. Es el motor de todo proceso creativo. Lo que mueve el mundo desde las entrañas, lo que nos obliga a devolver la mirada única sobre las cosas. La melancolía es la sangre de los que queremos cambiar el mundo con la palabra.

Una cortina blanca rasgada al cielo por el viento, el agua sucia dormida de un jarrón transparente, una pared mordida por el tiempo, el reflejo en un charco gris de una mujer que corre, el horizonte siempre.

La melancolía es poesía instalada en los ojos, como cataratas en forma de brumas livianas. Es un recuerdo del futuro. Es buscar el grano de arena perdido que ha arrastrado irremediablemente el mar. Es encontrar la sombra alargada cuándo sólo hay luz y alegrarse por ello.


Lo confieso: Me llamo escritor y soy melancóholico.