martes, 1 de diciembre de 2009

La noche del cazador

Ayer volví a ver por primera vez La noche del cazador. En esta ocasión mi antención se fijó especialmente en el efecto hipnótico que parece provocar el personaje de Robert Mitchum sobre la mujer (Shelley Winters) y la forma tan aterradora en que ésta acepta la tortura a la que el predicador la somete a ella y a sus hijos. Imbuida por el veneno de las palabras del protagonista, la mijer contempla y espera su muerte con una resignación sin nombre.
Esa misma tarde estuve debatiendo con amigos sobre las relaciones entre hombres y mujeres en el cine. Uno de los puntos calientes de la tertulia se refería a la influencia del cine en nuestros hábitos sociales. Había opiniones para todo. Tomando posición me afirmé en la idea de que la influencia del cine se limita a algunas modas y costumbres superfluas que no suponen un cambio transustancial en nuestra manera de ver el mundo. Después de todo, cuando salimos del cine, uno sigue tratande a los demás como ellos nos tratan a nosotros. "Siendo justos- les decía a mis amigos- el ser humano a penas a cambiado sus instintos desde que inventamos el fuego".
Hoy, en las noticias, vuelven a anunciar la muerte de otra mujer por violencia de género y yo no dejo de preguntarme en qué medida la película de Charles Laughton o cualquier otra ha influido en ese hombre que apuñaló a su mujer a sangre fría. ¿Crea el cine asesinos en potencia? ¿Tiene una simple escena la capacidad de transformarnos hasta ese punto? Es terrible, ¡terrible!, saber que la persona que se sienta a mi lado en la guagua o la que me seirve el plato en el restaurante puede tener las manos manchadas de sangre.
Sin embargo soy consciente de lo absurdo que resulta este pensamiento. Puede que en algunas películas de los años 50 se mostrase con cierta naturalidad la creencia de que el hombre "tenía derecho" de propinar una bofetada a una mujer para "hacerla entrar en razón" pero aquellos tiempos, por fortuna, has quedado obsoletos y la sociedad en la que vivimos ha cambiado en ese aspecto. Actualmente las películas reniegan de la violencia de género implícita o explícita y, si la muestran, lo hacen para ponernos en el lugar de la víctima y para mostrar la lacra que supone en la sociedad. Libros y películas como los de la saga Milenium se posicionan de una manera radical en contra de la violencia machista e imponen el prototipo de una mujer independiente, rebelde y poderosa.
No obstante, lejos de tranquilizarme, esta certeza provoca en mi una inquietud aún mayor. Si atendemos a las cifras, nos damos cuenta de que sigue habiendo el mismo número de maltratos que hace medio siglo, el mismo número de muertes, el mismo número de abusos. Es lógico pensar entonces que, ciertamente, las películas no modifican la esencia de las conductas humanas y que, en todo caso, el cine es un reflejo de la sociedad del momento, favoreciendo los roles admitidos como correctos y criticando aquellos que no lo son.
Triste nuestro mundo aún está plagado de predicadores asesinos y de esposas sumisas y nuestros instintos animales están demasiados arraigados como para ignorar nuestra bestialidad innata. El cine- el cine bueno, se entiende- puede ser una herramienta valiosísima para ilustrar el camino de la historia, la evolución de las modas y las costumbres sociales, pero, por otro lado, también nos recuerda que, en el fondo, seguimos siendo los mismos canallas.

Idafe Hernánadez Plata

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