miércoles, 30 de diciembre de 2009

Una noche en blanco

A continuación os presentamos los relatos finalistas del concurso 'Una noche en blanco'

El dulce olor a membrillo despedido por la anciana que caminaba delante le abrió el apetito. El hambre que tenía últimamente era incontrolable y no había comida que lo colmara.
La siguió escondido para robar el bolso con el manjar hipnotizante. Cuando una calle oscura, escondida de la luna llena, les encontró, empujó a la vieja contra un muro rajándole la cabeza.
Le arrebató el bolso, dislocándole el brazo y justificándose por el deseo de saciarse.
Nada que comer. ¿De dónde venía el olor? Miró el hilo de sangre desmoronado por la cara y le sedujo. Lo lamió y unos colmillos salieron de su boca hacia la cara de la desmayada con los que desgajó el cuerpo y absorvió los cuatro litros de sangre que soltó.
Sin entender lo ocurrido, corrió por las calles del Adelantado, desquiciado reptó por la Catedral y aulló. Era su primera noche en blanco.

Aída Rodríguez Rosa.


En la vigésimo quinta noche, nadie durmió. La ciudad entera respiraba en silencio, como un depredador a punto de lanzarse sobre su presa. Era una ciudad de párpados abiertos, una ciudad tibia derramando su fiereza en aquella bruma que parecía salirle de la nariz. Habían pasado veinticinco noches desde la visita del profeta. Veinticinco noches que completaban el lunario de sus presagios. Y aquel latido incesante, aquella espera disfrazada de luto, eran la atroz confirmación de que algo malo estaba a punto de suceder. Y es que aquélla sólo habría de ser la primera del resto de nuestras noches en blanco. La primera de una maldición que no sólo nos negaba la capacidad de dormir, sino el derecho a seguir soñando.

Celina Ranz Santana


Entré en la noche como se entra en una piscina llena de gatos; ruidosamente. Hay aviones de plomo y pantanos de gente, pero he renunciado ya a la fascinación de los detalles del mundo, los gritos neuróticos del planeta. Busco en las cafeterías, veinticuatro horas abiertas, rollos de realidad, fragmentos de luces que duermen derramadas por las mesas. Me acostumbro al cansancio de las sillas, que gimen tristemente debajo de mi. La retaguardia del teatro se abre en un alarde de accidente, igual que romper un reloj cuando niña para ver el mecanismo de dentro. Matices blancos de un cielo negro. Todo se abre en el prostíbulo de la noche, incluso nuestras propias galerías, o la prepotencia de un sueño. En esta noche cada uno puede inventarse la vida a su semejanza, como un dios doméstico, pero sin apóstoles, con menos muertes y algo más de acierto.

Reyes Martín Rosa



Escapo del insomnio como de un ídolo que conficura alguna de mis habituales pesadillas y que se jacta de impedir que duerma. Acepto el reto.
Salgo a la calle presintiendo otra "noche en blanco". Observo un bullicio inusual que alegra Herradores. Ambiente ficticio, carnavalesco. De repente, de calle transversal aparece un elefante africano que, indolente, parece pasear. La gente, que cuelga bolsas de infinitas formas y colores, se aparta sin sobresalto. Su asombro parece responder a la soledad del paquidermo. Tranquilo y con lógica elefantina, irrumpe en el comercio prêt - a - porter del número 45, y las personas levemente disgustadas le ceden el paso. En su enormidad, ya que parece tranquilo, tira estanterías, colgadores y hasta un mostrador cruza ahora el recinto.
Ruido estridente.
Me dirijo a casa, cruzo el umbral y subo los escalones. Ahora estoy seguro que la vigilia forzosa ha pasado y cederé al sueño.

Jose Luis Rubio Tabernero



¿Cómo estará la dive que sólo baila entre las motas de polvo frente a la luz? Como es de noche, ella anda a tiendas temerosa de tropezarse, pues su danza nace de la claridad que se columpia en las esquinas de los sueños, de la música de las palabras que no fueron dichas porque a veces la gente se argumenta mejor en silencio. Y con un compás imaginario mueve su cuerpo, mientras sus curvas se abrazan al albedrío de las tempranas coladas de sol.
Pero ha perdido el paso, como si la noche hubiera cegado sus oídos y fuese incapaz de tararear la melodía del ejercicio. Piensa que si sólo por esta noche la oscuridad se maquillara de balnco, no se agarraría más a las rodillas en una esquina, ni esperaría a que la paciencia trajera en el pico otro amanecer y así el despertar de los arpegios y los arabescos.

Fayna González Cabrera



Deambulo por las calles, en medio de una multitud que nada me dice. Me siento como si estuviera en una habitación rodeada de cristal, yo veo hacia fuera pero los demás no me ven, tal es de cegador a la luz blanca que sale de aquí que están deslumbrados. Yo me debato en una pesadilla interminable, grito y les digo: "Quiero estar con ustedes", pero no me oyen.
Trato de salir al exterior pero no tengo puertas ni ventanas. Daría... no se que daría por estar fuera, por sentirme viva, por reír o llorar, por dejar de sentir ese frío que me produce la blancura de esta luz que me aísla y me deja sin vida, helada.
Poco a poco la luz disminuye y descubro una puerta. Por fin puedo salir, y vuelvo a caminar entre la gente disfrutando con la misma puerilidad que ellos, de una noche en blanco.

Candelaria Rodríguez Ávila



Al ver la sangre mi mamá me dijo que era normal, que no me asustara. Que voy a convertirme en una mujer.
Yo no tengo nada de miedo. Sólo espero que no vaya a dolerme mucho cuando me crezcan las alas.

Óscar García García

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