domingo, 14 de diciembre de 2008

El cuerpo vacío


Alguien que lleva toda la vida con el cuervo del suicidio sobre los hombros tiene que acabar irremediablemente muerto. Se lo debe a él mismo. Para ello necesita hacer sólido el tiempo y, tomando las riendas de su muerte, pararlo antes de lo que estaba establecido. Imagino que en esa decisión vital tan sólo se busca la calma salina de cuando uno flota en el mar y se queda el cuerpo vacío, como evaporándose. Imagino que todos los espejos del mundo se hacen opacos para unos ojos que no quieren seguir mirando. Imagino el desencanto de que inevitablemente el vello se vuelva de punta al revés clavándose en la piel. Imagino que antes del salto, las manos no tiemblan por el miedo al fin sino que tratan de huir de unos brazos que se saben ya perecederos. Buscar la libertad en la no vida es una opción como cualquier otra.

Nunca intentaría evitarlo o tratar de convencerle de que se trata de un error. No se trata de un error sino de una decisión, equivocada o no, no me corresponde a mí valorarlo. No puedo condenar a alguien a vivir, condenarle a que el iris se le vaya pudriendo poco a poco desde el exterior hasta el interior y que llegue un día que no se reconozca. Ni siquiera creo que pudiera con mis palabras cambiar el rumbo del pensamiento pues sería como ponerle adornos de navidad a un árbol cuyo tronco ha sido separado de la raíz.

Sin embargo no puedo evitar pensar en nosotros, en los que nos quedamos con la vida suspendida como levitando a un palmo del suelo. Con la cabeza llena de viento y paralizados porque al igual que no estamos preparados para pensar en el infinito, tampoco lo estamos para pensar que nunca más veremos a alguien. Y es que la muerte tiene un bulto que no se puede extirpar que es la pérdida, pérdida que unida a la rabia dará lugar a la decepción constante, o esa vergüenza bajita sobre lo amado.

Nadie debería tener tanto poder con sus decisiones sobre nuestras vidas. Tampoco nosotros deberíamos tener el poder de suplicar a alguien que viva por nosotros. Debemos hacer el acto supremo de generosidad y respetar por encima del dolor para sentarnos al borde del otro y entender. Sólo así estaremos en disposición de vivir en calma del recuerdo afrontando un futuro plagado de ausencias.

No hay comentarios: