jueves, 18 de diciembre de 2008

Árboles Cósmicos


Árboles Cósmicos
Antonia Molinero
Árboles Cósmicos que se abren desde el centro para proyectar el punto de vista dentro de un parasol multicolor, es un jardín, un lugar para la liberación. Un microcosmos para conquistar la inmortalidad, como ese Árbol del Mundo que se alza en medio del Universo como símbolo de la eterna comunicación entre el Cielo y la Tierra.
Me fijo en su virtuosa incrustación del color en la tela constituyendo un contorno atópico, centrípeto y centrífugo, disparatado, como explotado en su apertura continua hacia una exposición máxima. Juan Pedro Ayala no escatima ni una gota de pintura para que la mirada se te quede plena. Todo queda expuesto como las plantas que se abren al sol, como la hoja que se entrega a la luz. Un jardín atemporal para la contemplación y una aproximación precisa hacia lo sublime y lo bello.
En El jardín para Marián Juan Pedro Ayala comparte su pintura para regenerarse la sangre y para que no marchite nunca la flor que le brotó en la adolescencia. Un símbolo del amor donde nunca se mueren ni las flores, ni las manos, ni las ganas de explotar, ni de explorar para crear y recrear. Una construcción artística exuberante que se recrea en un regalo mítico para su amada que se posa como una mariposa exultante, ligera, plástica con sus manos escultura, con sus ojos serenos, su piel arcilla, su cara como flor, como hoja, como tallo y como luz para no olvidar que el Cielo está sólo un poco más arriba de esa copas sangrando colores como fuegos artificiales.
Árboles para llegar, como la escalera de Jacob, hasta las cimas, hasta lo más alto para ver si se ve algo, si se entiende desde arriba lo que a ras del suelo resulta imposible de asimilar. Juan Pedro Áyala se sube y dibuja, se baja y dibuja y busca un punto de vista y a veces, mira desde el epicentro y a veces, desde el hipocentro. Todo es según como se mire y el artista mira desde cualquier lugar porque en cualquier lugar está Ella.
Especulando con las copas abiertas que pinta Juan Pedro Ayala, pensando si se alejan o se acercan porque flotan en un jardín sin espacio dónde no hay tierra pero el árbol está repleto de colores. Veo que el amor queda.
Los colores se concretan sin limitarse. Un vergel en el aire para los árboles que hemos plantado y no agarran en suelo firme pero que están, porque las ilusiones embrionaron un día y el jardín está dispuesto para un paseo hacia algún lugar que soñamos.
Un jardín con árboles que se crean en círculos concéntricos como mandalas trazados a tramos de riego, de sacudida a veces, y otras, de rítmicas pinceladas movidas por una brisa dispersa que descoloca, pero que, a su vez, le ayuda a concentrarse para encontrar su propio Centro, su condición natural y artística. Ayala se expresa con rotundidad frente a la naturaleza auténtica de las cosas, a veces capturando la aflicción, al ser tan real y otras, trascendiendo la misma naturaleza y haciéndonos contemplar el Paraíso que se desea.
La anatomía de El jardín de Marián es la contemplación del todo, sí, hay detalles, pero hay una única imagen que se ramifica y significa en cada cuadro y hay una atmósfera de frescura, como una fruta dada la vuelta y muy expuesta, casi pornográfica por lo plenamente explícito de su majestuosa presencia: es el amor lo que se representa.
La contemplación del jardín nos prolonga el tiempo en el que quizás tengamos la posibilidad de recrearnos en las preguntas y tal vez, en las respuestas. La musa contempla generosa y mira desde el reflejo.
Hay una especie de construcción en la pincelada que hace suponer la rabia del trazo en la que se trenza la pérdida, en donde el dolor se obvia y se deja la cosa fresca, intacto el sentimiento, el amor flor, árbol y copa estrella, para que la niña de la Palmera sepa que el árbol se riega con trabajo y con genio.
Una obra trazada en su ejecución desde la minuciosidad automática porque Juan Pedro Ayala ya tiene asimilado el asunto, el sentido y se derrama en vivo, sin peros, confundiéndose con las ramas y dando el tono exacto al contexto. Un autor que jamás se deja convencer por limitados estados para el arte, que no se contamina de mediocridad, que no quiere, que no quiere, que le da igual y es ahí donde un artista se expresa y toca el alma, la fibra, o inflama la emoción. ¡Qué bonitos le quedan!
Árboles Cósmicos adornan el Jardín para Marián que se avivan en cada mirada, que se corrigen si se queman. Si se quedan mucho tiempo mirándolos, se meten en la retina para colorear la conciencia.
Ayala integra el gusto colectivo y paradójicamente libera la tensión al recrearse en su pintura porque asimilamos su concepto: son árboles que suenan con un ruido del cosmos, árboles para dar la vuelta al problema, Árboles Cósmicos como fruta expuesta y es esa exposición, la que aparece completando todo el lienzo para que no queden muchos huecos, ¡ya hay muchos! y muchas preguntas. En este jardín no se habla, no se reza, se respeta el silencio y la ausencia.
Los árboles del Jardín de Ayala se expresan integrales, finos, temperamentales, desnudos, dándose cierta importancia. Nunca son sencillos, ni pequeños. Son grandes para tocar el Cielo, para elevarse hasta el Universo y abstraerse de sí mismo, de su Centro y mirar más lejos, sin implicaciones geométricas, dándose a la contemplación de lo grande que se manifiesta en lo elevado, en lo sublime, en lo alto. Sin condicionamientos se aproxima desde lo grande a la idea cotidiana del Cielo, de lo que llena y completa. Un jardín hecho a golpes de paleta, de sueños desplegados en góticas mezclas.
El fenómeno es la vuelta hacia afuera de las copas llenas, como una bóveda celeste, un cielo lleno de estrellas, como un campo sembrado, como un grito abierto representa un espacio sagrado y confortable desde dónde contemplar la sutil belleza de su arte y proyectando así su amor hasta donde esté Ella.
Los cuadros originan un efecto regenerador que plaga, que carga, que prospera y revela que algo permanece, espera, gira y, no comprendo cómo, pero a veces parece que el cuadro vuela. El cuadro respira como si presionara la tela. Suministra vitalidad, energía y nos devuelve la capacidad de disfrutar con la majestuosidad de lo grande, de lo rico donde triunfa lo múltiple, lo que eclosiona y fluye. La acuidad del color de la Jacaranda púrpura se despliega con perfección en el tono y es ahí donde Ayala hace entender lo que es estético: Arte en asimilación perfecta con su gusto estético puro.
Con El jardín para Marián Juan Pedro Ayala se revela como un artista instructivo porque enseña a apreciar el color, la forma, el espacio y el tiempo y lo hace con un talento grosero por lo que llama la atención y por lo que gusta.
La tentación de tener un cuadro suyo se hace necesidad porque dejar que uno de sus Árboles complete la estancia supone que nadie se sentirá ajeno a la poética de su trazo. Los Flamboyanes, las Palmeras, las Jacarandas… se cuelan en la escena y toman posesión del espacio para que no exista la manera de cerrar los ojos.
Juan Pedro Ayala capta el tiempo en el que el árbol llega a tocar la luz y se queda suspendido en la memoria o en un tiempo sin tiempo, en una dimensión única del arte que representa lo que sólo la poesía puede decir. Un equilibrio invertido, una iniciación, un abrir la puerta al jardín y crear réplicas de Árboles que se exponen en un jardín sin espinos. Sólo fusiones divinas, iluminación, árboles con vestido exclusivo para el jardín de los sueños.
Juan Pedro Ayala nos obsequia con un jardín para Marián, un jardín asomándose a la eternidad en la que todos estamos dibujados. Árboles Cósmicos…

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